¡Gemelos¡
gritaban cada vez que nos veían a alguno de nosotros entre el pelotón de
judíos, se sorprendían, nos miraban de arriba abajo fría y calculadoramente, se
decían algo entre ellos en alemán y nos llevaban a un furgón donde había más
como nosotros. Al poco tiempo arrancaban el motor, poco trayecto y llegábamos a
nuestro destino, un campo de concentración, sangre, sufrimiento, olor a muerte…
Al bajarnos del camión nos llevaron a una sala especial, no era una cámara de
gas, tampoco un barracón, ni siquiera una sala de tortura, era una sala con
camas, pareciera que querían darnos un trato especial, como si nosotros
fuésemos judíos especiales. Poco fue el tiempo que tardamos en darnos cuenta
que no era así, bueno o si, teníamos un trato diferente al de los demás judíos,
nos daban bien de comer, teníamos una cama para poder dormir a gusto, no nos
hacían trabajar, pero había una diferencia esencial entre ellos y nosotros:
cada dos días un oficial se llevaba a dos de nosotros a ver al doctor Josef
Mengele.
El médico experimentaba bestialmente con nosotros, intercambiaba
órganos de unos a otros para probar si en gemelos las vísceras eran iguales y
servían del uno al otro y viceversa, acabamos muriendo desangrados. Tuve mucha
suerte el día que me tocaba a mi, cuando estaba a punto de entrar en la sala de
los horrores de Mengele unos aliados bombardearon el campo, los oficiales
dejaron su posición de vigilancia y comenzaron a disparar. Aproveché y me
escapé de aquel terror, mi hermano por
el contrario se quedó allí desangrándose tras el estallido que pasó muy cerca
de él, no pude salvarle y me arrepiento de ello pero tampoco tenía nada que
hacer. Conseguí salvarme y aún hoy sigo vivo, sin poder dormir recordando
aquellos horrores pero vivo al fin y al cabo. ¿Yo? Yo soy el chico de la
esquina superior derecha, mi nombre es Isaac Hashem.
Fuente:
LUCÍA
FERNANDEZ ALVAREZ. 4º ESO
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