martes, 19 de febrero de 2013

¡Gemelos!



¡Gemelos¡ gritaban cada vez que nos veían a alguno de nosotros entre el pelotón de judíos, se sorprendían, nos miraban de arriba abajo fría y calculadoramente, se decían algo entre ellos en alemán y nos llevaban a un furgón donde había más como nosotros. Al poco tiempo arrancaban el motor, poco trayecto y llegábamos a nuestro destino, un campo de concentración, sangre, sufrimiento, olor a muerte… Al bajarnos del camión nos llevaron a una sala especial, no era una cámara de gas, tampoco un barracón, ni siquiera una sala de tortura, era una sala con camas, pareciera que querían darnos un trato especial, como si nosotros fuésemos judíos especiales. Poco fue el tiempo que tardamos en darnos cuenta que no era así, bueno o si, teníamos un trato diferente al de los demás judíos, nos daban bien de comer, teníamos una cama para poder dormir a gusto, no nos hacían trabajar, pero había una diferencia esencial entre ellos y nosotros: cada dos días un oficial se llevaba a dos de nosotros a ver al doctor Josef Mengele. 
El médico experimentaba bestialmente con nosotros, intercambiaba órganos de unos a otros para probar si en gemelos las vísceras eran iguales y servían del uno al otro y viceversa, acabamos muriendo desangrados. Tuve mucha suerte el día que me tocaba a mi, cuando estaba a punto de entrar en la sala de los horrores de Mengele unos aliados bombardearon el campo, los oficiales dejaron su posición de vigilancia y comenzaron a disparar. Aproveché y me escapé  de aquel terror, mi hermano por el contrario se quedó allí desangrándose tras el estallido que pasó muy cerca de él, no pude salvarle y me arrepiento de ello pero tampoco tenía nada que hacer. Conseguí salvarme y aún hoy sigo vivo, sin poder dormir recordando aquellos horrores pero vivo al fin y al cabo. ¿Yo? Yo soy el chico de la esquina superior derecha, mi nombre es Isaac Hashem.

Fuente:



LUCÍA FERNANDEZ ALVAREZ. 4º ESO

No hay comentarios:

Publicar un comentario